“La felicidad interior bruta es mucho más importante que el producto interior bruto”
Cada vez más gente está dirigiendo sus miradas a un pequeño reino del Himalaya: Bután, una joven democracia a la que algunos llaman “el reino de la felicidad”. Se trata de un laboratorio vivo del que están surgiendo ideas y acciones que bien pueden servir de inspiración en un momento en que los líderes de las sociedades consumistas están faltos de ideas y soluciones a la crisis sistémica que nos acecha.
Según la descripción que hace el economista Jeffrey Sachs tras hacer una visita a Bután, “La economía agrícola y monástica de Bután fue autosuficiente, pobre y aislada hasta hace pocas décadas, cuando una serie de monarcas excepcionales empezaron a guiar al país hacia la modernización tecnológica (caminos, electricidad, atención médica moderna y educación), el comercio internacional (principalmente con la vecina India) y la democracia política. Lo que resulta increíble es la actitud reflexiva con la que Bután aborda este proceso de cambio y cómo el pensamiento budista guía esa actitud. Bután se formula el interrogante que todos deben formularse: ¿cómo se puede combinar la modernización económica con la solidez cultural y el bienestar social?”
Una fuerte tradición budista y el retraso en la modernización han permitido a Bután, un pequeño país de 700.000 habitantes encajado entre los dos Estados más poblados de la Tierra, la India y China, aprender de los errores de otros países y pasar de la Edad Media directamente al siglo XXI, sin cometer los errores de aquellos que se han centrado exclusivamente en el progreso económico. El modelo butanés no es exportable, pero sí que está siendo considerado una fuente de ideas y el laboratorio perfecto para muchos.
El rey visionario
Si tenemos que buscar al responsable del milagro butanés, pronto nos encontraremos a Jigme Singye Wangchuck, el padre del actual rey, considerado unánimemente como un sabio y visionario. En el año 1974, al ser coronado con tan solo 18 años, lo dejó meridianamente claro en su discurso: “La felicidad interior bruta es mucho más importante que el producto interior bruto”. Desde entonces, las decisiones políticas de Bután se toman en función de si conducen a la felicidad del pueblo, en vez de al puro crecimiento económico ciego, que guía a sociedades como la nuestra. Sus gobernantes se preocupan por las necesidades materiales de la población, pero también de las espirituales (no confundir con religiosas). La idea ha seducido hasta al propio presidente francés, Nicolás Sarkozy, que está trabajando en aplicar un índice de estas características en su país. Y premios Nobel de economía como Joseph E. Stiglitz avalan la idea.
Este pequeño país asiático ha sido el primero que ha cuestionado los indicadores económicos tradicionales, en concreto, el PIB. Y han creado el indicador de la Felicidad Interior Bruta (FIB). Este revolucionario medidor tiene en cuenta factores como el acceso de los ciudadanos a la asistencia sanitaria, la conservación de los recursos naturales del país o el tiempo que puede disfrutar una persona con su familia. En definitiva, es un corte de mangas al dogma del crecimiento. En Bután están dotando a la fría economía de la calidez que aportan variables como la educación, el afecto o la fortaleza de los ecosistemas.
En el año 2005, Jigme Singye Wangchuck inició un proceso de democratización del país que lo convertiría en la monarquía constitucional que es hoy en día. Es curioso observar el proceso que llevó a este país que perseguía la felicidad a dotarse de democracia. Fue un empeño del rey, ya que la población no era partidaria de un cambio de régimen. Pero el monarca lo tenía claro. Y en 2008 se celebraron elecciones. Ganó el Partido de la Paz y la Prosperidad del actual primer ministro, Jigmi Thinley. Y Jigme Khesar Namgyel Wangchuck, de 28 años, hijo de Jigme Singye Wangchuck, se convirtió en el quinto rey de Bután, el primer monarca constitucional del país.
¿Cómo se mide la felicidad?
Llama la atención del proceso butanés el pensamiento sistémico que avala la toma de decisiones. Evidentemente este proceso trata de satisfacer las necesidades básicas de las personas, incluso tratan de combinar el crecimiento económico con la sostenibilidad ambiental, pero lo que realmente destaca es su interés por crear mecanismos que ayuden a los individuos a mantener su estabilidad psicológica en una era de incertidumbre y constante cambio.
El primer ministro de Bután, Jigme Thinley, explicó en el I Congreso Internacional de la Felicidad que todo su Gobierno centra sus esfuerzos en cuatro direcciones: desarrollo socio-económico igualitario y sostenible, conservación de la naturaleza, preservación de la cultura y el patrimonio cultural, y un gobierno responsable y transparente. Para lograrlo, entre otras acciones, el Gobierno hace una encuesta entre la población ordenada en los siguiente bloques:
1. Bienestar psicológico.
2. Uso del tiempo.
3. Vitalidad de la comunidad.
4. Cultura.
5. Salud.
6. Educación.
7. Diversidad medioambiental.
8. Nivel de vida.
9. Gobierno.
Y es feliz aquella persona que ha alcanzado el nivel de suficiencia en cada una de las nueve dimensiones. Los resultados de estas encuestas se emplean para orientar las políticas del Gobierno Butanés. Todo ello podría simplificarse diciendo que el Gobierno ha asumido la responsabilidad de crear un entorno que facilite a los ciudadanos encontrar la felicidad.
Tal y como recoge un excelente reportaje publicado en El País por Pablo Guimón, “En el Mapamundi de la Felicidad, una investigación dirigida por el profesor Adrian White en la Universidad de Leicester (Reino Unido) en 2006, Bután resultó ser el octavo más feliz de los 178 países estudiados (por detrás de Dinamarca, Suiza, Austria, Islandia, Bahamas, Finlandia y Suecia), pese a tener un PIB per cápita muy bajo (5.312 dólares en 2008, seis veces menor que el español). Y en 2007 Bután fue la segunda economía que más rápido creció en el mundo. La educación, gratuita y en inglés, llega hoy a casi todos los rincones del país. Y un estudio recogía que el 97% de la población se declaraba “muy feliz” o “feliz” y sólo el 3% dijo no ser feliz”.
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